Asegura un amigo mío que los mentirosos compulsivos son expertos en manipularte y que no es fácil verlos venir, si no los conoces previamente por supuesto. Yo he sido víctima de una clase de individuos que puede que tengan poder, proveniente del dinero, pero cuya falta de ética, profesionalidad y sentimientos solidarios brillan por su ausencia.
Presenté un proyecto muy interesante a los responsables de La Cañada de Marbella, uno de los centros comerciales más caros de España, si no el más, en base a la supuesta responsabilidad social que deberían mantener en tiempos como los que corren; que ya se sabe que allí se paga un café a dos euros y medio, debido a que la mayor parte se la queda el propietario en virtud de unos precios de alquiler sorprendentemente excesivos: “es lo que hay”, replica el gerente, vamos que lo coges o lo dejas.
De tal forma que vi entrar un día a unos ciudadanos chinos sonrientes que querían alquilar y a la salida era para enmarcar el careto; como por arte de magia los ojos eran redondos de la sorpresa. Que pagar cien mil euros sólo para comenzar a respirar es demasiado para cualquiera, que no entendían los amarillos que tenían que desembolsar la pasta antes de pisar el local, ¿por qué? se preguntaban, por que sí fue la respuesta, es lo que hay.
Mi experiencia ha sido diferente. yo quería montar un Mercado con Encanto, algo diferente, nunca visto por estos lares, carpas rojas, gastronomía, artesanía; un lujo a coste barato para lo que se estila puesto que ACMEN (Asociación Cultural Mercados con Encanto, sin ánimo de lucro) se mueve para conseguir a los artesanos lugares donde puedan presentar y vender sus productos; en una época convulsa donde las haya.
El gerente, cuyo nombre es Javier y su apellido Moreno, planteó desde el primer momento un “sí” redondo, siempre que el gran jefe, el tal Olivo diera su visto bueno, por supuesto que para eso es el jefe; reminiscencias de otra época en la que el “jefe” en Marbella era otro.
Pues eso, que idas y venidas, día sí y al otro también para cerrar el acuerdo con un mal queda. Que no ha llegado, que no está, que vuelva a llamar mañana, que ha surgido un problema, que amenaza lluvia, que hace calor, que no me da la gana; mil intentos de cerrar el acuerdo cuando te llaman para decirte que no va a poder ser porque han ido algunos artesanos, que se han enterado, para abonar y reservar su plaza. Al parecer les molestaba que se supiera por ahí, entre los miles de contactos que mantiene ACMEN, que se estaba preparando un buen proyecto en Marbella, lo que daría lustre al lugar y encima beneficios sociales a La Cañada, por dejar trabajar a quienes primero niegan el pan y la sal, o sea el sustento.
La última, reunión con la hija del “jefe” para despejar dudas y teóricamente firmar, llego por la mañana y están reunidos, ¿puede volver esta tarde?, por supuesto, faltaría más (salgo con cara similar a la de los chinos aquellos, ya que me tienen hasta los mismísimos bemoles). Llego por la tarde y espero hora y media hasta que doy el paso y digo que si no está el gerente al menos me dejen hablar con María, la hija del ínclíto propietario. Sale la interfecta, con cara de no haber roto un plato, vestido virginal blanco, minifaldero y plisado; todo pura fachada de la más mala leche en su mejor versión: “No”, más rotundo que el sí, que no entendía la susodicha que el gerente no me hubiera avisado que el consejo de Administración, o sea su padre y paremos de contar, no quería colaborar con la iniciativa. Me parece bien, la patología del poder hace que no vean la realidad, no sólo se les marchan sus comerciantes a la chita callando (dicen que van a hacer reformas y empapelan los cristales con papel de periódico para sacar a hurtadillas sus máquinas y productos porque de otra forma se quedan en posesión de la casa) sino que encima se permiten el lujo de romper ilusiones, de dejar de colaborar socialmente con otra realidad tan dura como la crisis y la falta de pan. Y lo peor, de verdad, que el tiempo de los demás es oro, que muchos es lo único que tenemos y que no estamos para desperdiciarlo persiguiendo futuras limosnas, que nuestros asociados sólo quieren trabajar y ganarse el sustento de la forma más dura, en la calle. Por cierto y para terminar, que nos exigían finalmente el cincuenta por ciento de los ingresos de la Asociación. Es evidente que de haber continuado hubiera sido una relación farragosa, y patológica, algo, lo de la presunta enfermedad mental derivada del dinero que tiene poca cura; salvo que uno se quede en la calle, con los bolsillos vacíos y sin amigos, lo que daría yo porque el “jefe” ese tuviera que ganarse la vida trabajando y no pasando del personal, aunque sólo fuera por un día. Es lo que hay.
Paco Roldán
Pte. Asociación Cultural Mercados con Encanto
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